viernes, 10 de agosto de 2012

Chanfle, creo que metí la pata. No me había deprimido así desde que sentí la imperiosa necesidad de mostrar mi afecto hacia alguien. Diana tenía 16, yo 17, ella no sabía - o tal vez sí - que estaba enamorado. Para mi no era fácil quedarme callado, nunca lo he hecho, si alguien me gusta pronto lo sabe y sí, me ha traído problemas.
Íbamos a la misma escuela, yo estudiaba guitarra y ella batería. Por alguna razón nunca quise escucharla, me invitó un par de veces a hacerlo pero yo conocía muy pocas mujeres que tocaran la batería, y ninguna lo hacía bien;  ese instrumento, desde que recuerdo, me seduce bien cabrón. Me esperaba afuera del salón hablábamos, de cualquier cosa, algunas veces de música, otras de lo que hacía para pasar el rato. No recuerdo nada de aquéllas pláticas, a mi sólo me gustaba Diana, bien cabrón. La veía con cara de feligrés en misa, una y otra vez hacía pausas, por aquello de que la plática es de dos. Yo ya estaba enamorado, siempre me pasa, no las puedo dejar de ver y cuando reacciono siempre atino a decir algo y con suerte no se dan cuenta, pero la verdad es que nunca las escucho, aprendí a no hacerlo, me viene mejor. Un día no regresó, todavía recuerdo la fecha con exactitud: 14 de abril, de un año espantoso.
El problema es, que nunca se lo dije, el ego y la vanidad me estuvieron jodiendo mucho tiempo.
Ahora, es diferente, me siento deprimido por engañar, por no aprender nada, porque siempre me pasa lo mismo, las veo y ni modo, me enamoro bien cabrón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario